martes, 11 de enero de 2011

Premonición de un aullido

Estando en clase, muy tranquilo, se me ocurrió que sería una pena que nadie aprovechara que la puerta del aula estaba entreabierta para asomar la cabeza y sorprender al profesor con un grito cavernícola.

Había empezado una nueva vida: nueva ciudad, nuevo trabajo, nuevos estudios en la universidad, nueva pareja y nuevo tratamiento para la ansiedad.

De mi vida anterior no recordaba apenas nada. La casa de mis padres, dos amigos y poco más. Todo estaba bien, hasta que ELLA me envió un mensaje por el móvil: “Aullarás, pero apenas te saldrá un ladrido de chihuahua, y el pitbull te destrozará el cráneo de un mordisco”. Primero me sobresalté: ¿cómo había conseguido mi nuevo número? Luego, me reí por dentro. Menuda estupidez de maldición, pensé. Y creí que no me afectaría, pero poco a poco empecé a mover la pierna con un ritmo nervioso. Bostecé tres veces en la cara del profesor y me refugié en la pantalla de mi miniordenador. Pensé que me calmaría, pero no pude.

Fue como un relámpago. El señor catedrático hablaba de Cortázar y de la antinovela de Macedonio Fernández, que no conocía y sigo sin conocer. Yo estaba tranquilo de la manera de la que las piedras posan relajadas sobre la arena y permanecen así días y días bajo el sol o la fría luna.

Me veo a mí mismo como un lagarto con un ordenador portátil por el que apuesto con dinero real en deportes virtuales y con una libreta al lado para disimular que de tanto en tanto tomo apuntes.

Antes del flash, me he preguntado varias veces por qué narices no me he quedado en el bar con los demás hablando de idioteces o por qué no he cogido el camino a casa donde me espera unos labios nuevos.

El caso es que después me calmé al arrullo con acento sudamericano de no sé qué teorías de la literatura, y me mantuve en el limbo de los minutos largos en forma de retahíla de teorías sobre Rayuela.

Llegado el momento del relámpago, que explotó en la tarde de invierno, se me alteró el ánimo. ¿Cómo leches podía estar allí sentado tragándome el rollo de la literatura fantástica y dejar pasar la emoción de un momento de locura?

Por eso me levanté, recogí mis cosas y aproveché que el profesor seguía con su cháchara para salir del aula sin que apenas me vieran dos o tres chicas muy guapas a las que nunca perdía de vista ni siquiera en las circunstancias en las que quería pasar desapercibido.

Luego, esperé sentado en el amplio espacio rectangular junto a varias puertas cerradas donde se perpetraban algunas clases seguramente a pesar de que ya no entraba ni un hilo de luz por el fondo de la escalera.

Cuando creí que era el momento, entré de golpe en la clase y solté un aullido, pero apenas salió un gritito de eunuco acomplejado. Creo que capté la atención de los alumnos durante cinco segundos. El profesor hizo como si no me viese y continuó a la suya. Luego, el muy animal me suspendió la asignatura. Como consecuencia, me retiraron la beca. Después, caí en una depresión por la que me despidieron del trabajo y los días se hicieron demasiado tensos hasta que una tarde, sin saber por qué, el perro de mi novia me atacó y le tuve que romper la cabeza con las patas de una silla. Pobre caniche mío, lloró ella nada más ver el canicidio. Antes de dejarme por maltratador, me llamó muchas cosas horribles, entre ellas, pitbull.

Aquella misma noche llamé a casa de mis padres con la intención de volver, pero pese a mi insistencia no conseguí que me reconocieran.

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