lunes, 10 de enero de 2011

Ortodoncia para un vampiro

—¿En qué se diferencia un vampiro de un humano? —preguntó el profesor de aspecto joven aunque pálido como la cera al grupo heterogéneo que se concentraba entre la segunda y la sexta grada.

Nadie se atrevió a contestar porque don Mohammed se ensañaba con los que erraban el tiro. Armand ni siquiera escuchó la pregunta. De hecho, le complacía más mirar la calle con su apretado tráfico y los humanos yendo y viniendo, ajenos a aquel viejo edificio, el bastión de las nuevas generaciones de vampiros.

Caroline miraba con los ojos como platos a don Mohammed, que no toleraba las distracciones entre sus alumnos. Ella estaba convencida de el profesor arremetería contra Armand y por eso le dio un codazo que lo devolvió a la realidad.

—Ahora que ya ha meditado durante un buen rato sobre la cuestión, ¿sería tan amable de compartir sus reflexiones con el resto? —inquirió don Mohammed.

Armand miró extrañado al profesor. Se sintió observado por toda la clase. Caroline lamentó con un gesto que el chaval pasara por aquel trago, pero forzando una sonrisa también le dijo que se lo había buscado.

—Diferencia entre vampiros y humanos —le susurró la chica tapándose la boca con el libro.
—Gracias señorita —exclamó el profesor para que ella se sonrosara al instante—. Y bien, señor Armand, ¿me va a responder a la pregunta o preferiría visitar un colegio de humanos?
—No, señor —titubeó Armand ante el asombro general de la clase. Don Mohammed le miró como si fuera capaz de atravesarlo—. Quiero decir que sí, que le respondo: no lo sé.
Un oh de admiración envolvió el aula.
—Buena respuesta. La típica de un... —se tomó su tiempo. Todos los alumnos esperaron en silencio— impostor. Un cobarde impostor que se mezcla entre los jóvenes para hacernos perder el tiempo.

Los ojos de Armand se iluminaron como un cometa a punto de estrellarse contra una estrella. De repente abrió la mandíbula y mostró unos brackets de acero oxidados, emitió un grito muy agudo, y con furia, levantó su bandolera de la correa, se levantó y se abrió paso entre sus compañeros hasta salir por la puerta.

Caroline observó a don Mohammed que, impasible en mitad de su estrado, se limitó a observar cómo el avergonzado Armand abandonaba la clase dando un portazo. Incluso se permitió un gesto irónico con los labios muy juntos, listos para emitir un silbido, destacando así el enfado descomunal del chico que ya marchaba por el pasillo. Los alumnos esperaron una reacción de Mohammed y ésta llego enseguida.

El profesor se sentó en el borde de la mesa, con los pies colgando en el filo de la línea divisoria de la tarima.

—Algunos vampiros simplemente no aceptan lo que son, y a pesar de parecer jóvenes, llevan muchos años postergando su entrada en la madurez.
—¿Cómo lo supo profesor? ¿Telepatía? —preguntó al mismo tiempo que alzaba la mano el chico ghanés de la segunda fila.
—No fue necesario. Mirar el sol directamente no es una actitud muy sensata entre los vampiros.
—Pero no te mueres si lo miras ni nada de eso —replicó una chica coreana en la fila de detrás.
—A estas alturas del curso ya sabemos eso, y que los crucifijos no nos afectan ni es necesario dormir durante el día ni se nos mata con estacas como tampoco odiamos el ajo, etc. Sin embargo, exponerse a la luz del día y no beber sangre nos debilita. Recordad que estamos muertos. Y tampoco se está tan mal, a no ser que sean tan cobardes como Armand.

Caroline se levantó de su asiento con un estrépito que hizo que todo el mundo girara la cabeza hacia ella.

—Es por los brackets, estúpido sabelotodo.

Y se marchó sin que el profesor pudiera retenerla. Cuando salió al jardín ensombrecido por los cipreses que rodeaban el antiguo claustro antes del pórtico de entrada al edificio que albergaba el colegio, vio a Armand sentado en el suelo mirando el estanque verdusco.

Caroline se sentó junto a él, tiró de una de las patillas de las gafas oscuras del chico que asomaban de un bolsillo de la chaqueta y se las puso.
Ella también se puso sus gafas de sol.

—Así estaremos mejor.
—¿Qué ha dicho el profesor?
—Un rollo sobre la falta de madurez. Se cree que tienes ciento cincuenta años como él.
—Ojalá. Sólo hace seis meses que me mordieron.
—Ya lo sé. No te preocupes, es un gilipollas.
Él no confirmó el comentario. Parecía absorto en el estanque. Caroline vio cómo le temblaban las manos. De repente, Armand se giró y la miró a los ojos.
—Digo yo que si nos podemos transformar en animales, podrán quitarme los brackets, ¿no?
—¿Piensas ir dando mordiscos por ahí?
—No, si lo pensara, no vendría a este colegio.
—Solucionaremos lo de los brackets —dijo ella con convicción.

El chico asintió con la cabeza. A Caroline le pareció que tenía unos ojos preciosos, incluso para estar muerto. Más calmado, Armand fijó la vista en los peces rojos que se dejaban ver por entre las oscuras aguas del estanque. Caroline lo vio sonreir durante un instante. Ella también sonrió. Por un momento, se sintió protegida por aquellas columnas de piedra y cuando vertió las primeras lágrimas tras los cristales de las gafas sonrió de nuevo: si podía llorar, no estaba tan muerta.

1 comentario:

  1. Me ha gustado el final con esa escena tan tierna entre Caroline y Armand. Seria interesante seguir explorando este "instituto" de vampiros con otros relatos. Tiene buena pinta.

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